LUGARES

Midnight in París



Intentar resumir a París en pocas fotos es algo difícil, al igual que todas las cosa vividas en ella. París enamora, sin ton si son. Cada espacio se transforma y se vuelve a metamorfosear como algo nuevo, diferente. 8 horas en el Louvre hablan de una pasión, de una  curiosidad que vas más allá de la Gioconda; las calles encantadas de Montmartre: pintores, artistas, cocina, bohemia, Moulan Rouge y baguette recién horneada. Una constante de todas las noches mágicas, queso - siempre uno diferente propuesto por algún francés nativo vigilando la góndola de lácteos en el super - recomendado por alguien, un vino y una baguette rica comprada al pasar; en todos los lugares que te cruces venden rico pan. Un paseo por los cementerios, recorrí 3 aquel día, con una bella arquitectura...soy argentino y me emocioné mucho al llegar a la tumba de Julio Cortázar, y le dediqué un poema de su autoría. Piaf no se quedó afuera de mi recorrido...pasaron Ionesco, Moliere, Man Ray, Jim Morrison y otros. Podría hablar horas de París, pero elijo ser sintético, breve en mi estancia: una plácida   y calurosa caminata por el Sena; la sorpresa de encontrarme con la Torre y sus atardeceres; esas noches en Saint Michel, en bares y tragos y amigos esporádicos, efímeros, lejanos. Los momentos más plácidos, son aquellos que contienen magia, un gesto, una palabra, un  sitio cercano que se parezca a algo que ya conocemos...eso es París, un recuerdo bien armado, una forma bella que nunca dejará de serlo, porque en el recuerdo no envejece, solo eterniza su lozanía, su belleza, su intención de trascender...





Essaouira, soñada



Essaouira es uno de esos lugares sin tiempo, toda blanca y azul. Enamora, relaja, invita a disfrutar cada recóndito espacio. Es una ciudad portuaria, llena de gente en las primeras horas que llega el pescado fresco para dar de comer a turistas y visitantes en los restós cercanos. Caminas por sus playas y llegué a su pequeño - pero no menos atractivo zoco - con un tiempo inevitable, lento, silencioso y muy diferente al bullicio de Marrakech. Las personas hablan con otro tempo, casi cansino, sin apuros. Olor, si olor a pescado fresco, ahi, frente a tus ojos. Me senté en un puesto a comer, donde primero elegís el pescado que vas a disfrutar, lo cocinan delante tuyo, vuelta y vuelta, una delicia. Lo que más me llamó la atención es justamente el pan, exquisito. Le pregunté - a quien más se acercó a hablar - cómo lo hacían y por qué tenía ese sabor...concluimos en que el agua era la gran diferencia, alta en sodio natural. Un  clima lejos de la humedad, se lleva bien con el pan. Me fui caminando y caminando...me senté a ver el mar golpear sus olas contra las rocas, se acercó un señor con ganas de hablar, con necesidad de hablar. Me llevó a conocer sus amigos comerciantes (imagino que habrá querido que gaste en ellos), y luego de una larga charla me despedí. Pensé, mientras volvía, que Essauoira era un lugar para regresar, para quedarme más tiempo. 






Marrakech, desde adentro

La sensación más fuerte en una ciudad como Marrakech es el ritmo, la locura de caminar sus callecitas angostas de un zoco imperdible, con el bullicio y el "good price" de sus vendedores a toda hora. Cuesta acostumbrarse al principio, liberarse del miedo de ser atropellado por una moto o escuchar con familiaridad todo el tiempo la palabra Hashish...pero pasadas unas horas uno empieza a entender que todo forma parte de un ritmo diario, de una ciudad que se despierta muy temprano y que termina su día muy tarde. Cuando el sol apenas empieza a caer en un verano caluroso y seco de agosto, los carros con mesas, anafes, bancos y demás materiales empiezan a aparecer en el centro de la plaza Yamaa el Fna, arman una enorme cocina a cielo abierto, donde se llena de turistas que son acosados por sus vendedores a sentarse a comer, claro con un mint tea de regalo. El ritmo es alocado: encantadores de serpientes, juegos, monos, músicos, tatuadoras de henna, copan la plaza en un mes de ayuno, agosto, donde la religión Musulmana transita por el Ramadan. Jugo de naranjas, exquisito y dulce, caracoles, mariscos, brochettes y su clásico pan, redondo, crujiente y sabroso. Me hice amigo de un vendedor y le pedí comer lo mismo que él comía, una especie de sandwich con carne y salsa de tomate, algo así como una bolognesa, pero más picante. Recorrer el zoco es una experiencia agotadora, no existe compra venta sin regateo - jamás pense que tenía un espíritu tan regateador -, pero es una ley a la hora de comprar. "Buen precio" y los valores de los objetos son escuchados en todos los idiomas, tienen rapidez, entrenamiento callejero de tantos años vendiendo y recibiendo turistas. Hermosas tagines, bowls, telas, colchas, y un sin fin de objetos y artesanías bellísimas que, necesitará un buque para llevarme todo. En el mercado, aromas, olores fuertes y algunos nauseabundos, el zoco no esta preparado para narices sensibles, pero esto también tiene su encanto. Dormir en un hostel dentro del zoco, no es un hotel ni nada parecido, se escuchan otros sonidos, la experiencia es bien distinta...
Si bien muchos aromas me recuerdan a Marrakech, la menta se lleva todos mis sentidos, ese té que revitaliza y transforma; el silencio enmudecido de sus mujeres; ese machisto asérrimo y cerrado de sus hombres, con una mezquita fálica que gobierna sus acciones y su libertad, tal vez, un mundo diferente, tan lejos del mío pero no menos misterioso y maravilloso por descubrir. 
















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